Una chica de trece años estaba en el patio de su casa, esperando que uno de sus amigos pasara caminando por la vereda. Ya eran las 6:45 PM, y él no había aparecido.
-¿Por qué tardará? ¿Habrá faltado al colegio? Espero que no haya tenido problemas.
Amanda Acevedo era el nombre de la chica que esperaba. Sonrió al ver pasar a su amigo. Salió de su casa y fue a saludarlo.
-¿Cómo estás, Isma? ¿Cómo te fue hoy? Te portaste bien y no masacraste a alguien, ¿no?
Ismael Andes evitó mirar a los ojos a su pequeña amiga.
-Estoy bien. Y no, hoy no pasó nada.
Amanda frunció el ceño.
-Mirame bien y decime que hoy no pasó nada. Sino no te voy a creer.
El joven obedeció. Así no podía mentirle. Ella lo sabía.
-En el segundo recreo le di una paliza a uno de primer año. A la salida sus amigos intentaron matarme.
-¿Por qué golpeaste a ese tipo de primer año?
-Me humilló frente a todos. Hice lo que debía, Ami. Ese estúpido aprendió que molestar a la gente no es la mejor forma de lucirse frente a una chica.
-Tu papá se va a enojar cuando se entere. Supongo que te va a perdonar. Después de todo vos no fuiste el que tiró la primera piedra.
-Mi papá ya debe saber. Lo habrán llamado por teléfono para avisarle. Seguramente no me va a perdonar. En ese colegio todos están en mi contra. Siempre me hacen quedar como el malo de la película pase lo que pase.
-No me gusta nada que estés siempre en la misma situación. Yo te quiero mucho, Isma. Lo sabés. Siempre te deseo lo mejor. Sólo quisiera saber por qué te comportás así. ¿Por qué no podés ser como antes?
-Si no te gusta mi forma de ser alejate de mí. Como todos los demás. Dejá de preocuparte por mí. Dejá de mandarme mensajes por celular. Dejá de pensar en mí. Dejá de quererme. Olvidate de mí. Dejame solo. Te vas a sentir mucho mejor cuando te alejes de mí.
Amanda se acercó a su amigo y lo abrazó.
-Yo sé que vos realmente no querés que te deje solo. A veces respondés mis mensajes. Cuando te pido algún favor nunca te rehusás. No me tratás mal. Seguís pasando frente a mi casa sabiendo que si te veo pasar voy a querer salir para hablar con vos. Siempre te preocupaste por mí, como si fuera tu hermana menor. Nunca vas a librarte de mí. Vos sos un imán y yo soy un metal. Siempre me vas a atraer.
-Tengo que irme, Ami.
Amanda permitió que su amigo se librara de su tierno abrazo.
Ismael miró fijamente a su pequeña amiga.
-Te noto algo diferente. ¿Creciste un poco?
-Sí, pero vos seguís siendo mucho más alto que yo. Me pregunto qué comiste para crecer tanto. Yo te noto algo diferente a vos, Isma.
-¿En serio? Qué raro.
-Sí. ¿Estás preocupado por algo en especial?
-No, para nada. Tengo que irme. Nos vemos otro día.
Ismael siguió su camino. Había mentido. Estaba preocupado por algo en especial.
No podía dejar de pensar en su encuentro con Alem Inax.
Llegó a su casa a las 7:05 PM.
La casa de los Andes no era muy grande. Era adecuada para una familia no muy numerosa. Tenía sólo dos habitaciones.
Una habitación la ocupaba Ismael.
La otra habitación era ocupada por Gabriel Andes, el padre de Ismael. Era profesor de historia, y daba clases en varios colegios. Tenía 42 años.
Gabriel había iniciado sus estudios en la universidad a los 18 años y se había recibido a los 24 años. A los 20 había conocido a Evelyn, la madre de su único hijo.
Ismael entró e inmediatamente se dirigió a su habitación. Se detuvo al escuchar la voz de su padre.
-Ismael, quiero hablar con vos. Vení al comedor y sentate.
El joven obedeció. Tomó asiento y miró a Gabriel. Era casi como verse en un espejo.
Físicamente eran muy parecidos.
-Esta es la tercera vez que me llaman para decirme que golpeaste a un alumno. Ismael, tenés que dejar de comportarte así. El próximo año vas a cumplir dieciocho años. Vas a empezar a trabajar o a estudiar para alguna carrera. Cuando te metas en problemas no va a pasar lo mismo. La policía no te va a liberar cuando yo te vaya a buscar. No quiero que termines tras las rejas, pero no sé qué hacer para que te comportes adecuadamente otra vez. ¡Decimelo! ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Qué es lo que te molesta?! ¡Hablá! Si no me decís nada no puedo hacer nada por vos.
Ismael pensó que después de tantos disgustos su padre merecía alguna respuesta.
-Si supiera qué podés hacer por mí ya te lo hubiera dicho hace mucho tiempo. ¿Creés que no siento repugnancia por la persona horrible en que me convertí? Desde que murió mamá estoy en una situación de la cual no sé como librarme. Todo dejó de tener sentido. El mundo se volvió frío y gris. Yo también tengo miedo porque no sé como voy a terminar.
Gabriel vio a su hijo llorar. Se sorprendió mucho. Lo había visto llorar por última vez cuando Evelyn había muerto.
-No sé como solucionarlo-dijo Ismael mientras cubría su rostro con sus manos-. ¡No sé!
-Los dos sufrimos mucho cuando ella se fue, pero hay que seguir adelante. No podés vivir en un luto constante.
-Ese no es el problema. –Ismael se puso de pie y se secó el rostro con la manga derecha de su campera-. El problema es el mundo, y la forma en que funciona. Nunca recibís lo que merecés. Siempre llueve basura sin importar lo que hagas.
Gabriel no entendía qué trataba de decir su hijo.
-Ya fue. Andá a tu habitación. Pero que quede claro que ningún llanto te salva de ser castigado.
Ismael fue a su habitación. Guardó su mochila en su armario y luego se dejó caer sobre su cama.
-El veintiuno de diciembre-pensó el joven-. Sí, espero que pase algo. Que desaparezcan todos. Que mueran. Que todos reciban su merecido. No tengo miedo de morir. No me importa lo que pueda llegar a suceder. ¡Que el mundo se derrumbe y no quede absolutamente nada! No se preocupen. Hay lugar para todos. Hay espacio de sobra para cavar sus tumbas.
Martes 3 de abril del año 2.012
El abrazo de oso de Amanda ablandó un poco a Isma, ¿no? Pero no fue suficiente. ¿Ismael sería feliz nuevamente si el mundo se derrumbara?
Los saluda el sr. Teras.