Tiempo después abrí los ojos. Me encontraba en una habitación oscura, tumbada en una cama.
Una parte de mí se negaba a creer aquello, según todas las reglas debería estar muerta, pero mi corazón constataba la evidencia de que no era así.
Seguía viva, pero, ¿cómo?
No recordaba más allá del momento en el que perdí el conocimiento. Miré a mi alrededor intentando encontrar así las respuestas que buscaba.
Era una habitación pequeña, austera y sin mobiliario, sin mas adorno que un cuadro que reflejaba a un chico de pelo rizado y pelirrojo.
Con curiosidad, me levanté para observar más de cerca esa imagen. La pintura era de una belleza esquisita, reflejando en cada detalle la apariencia de ese chico.
En el momento en el que mis dedos rozaban el marco del cuadro, la puerta se abrió.
Asustada retrocedí hasta la cama, escondiéndome entre las sábanas.
-No te asustes- la voz sonaba tranquilizadora-.
Permanecí en silencio. Escuché el sonido de sus pasos acercándose a la cama pero no me moví. Inconscientemente mi cuerpo empezó a temblar descontroladamente.
Sus manos apartaban con firmeza las sábanas que me cubrían, dejando al descubierto mi cuerpo acurrucado.
No veía nada porque mantenía mis ojos firmemente cerrados, solo sentía el tacto de sus dedos acariciando suavemente mis mejillas.
Me dejé llevar por las sensaciones que ese roce me transmitía. Poco a poco fui perdiendo el pánico que me atenazaba anteriormente, y abrí los ojos con cuidado.
Ante mí se encontraba el chico con los ojos más impactantes que había visto nunca. Eran de color verde con motas de color dorado alrededor de la pupila.
Por lo demás, era rubio, rubísimo, con el pelo corto y una bonita sonrisa.
Llevaba un pendiente en la oreja izquierda y un tatuaje en el cuello. Alto, delgado y fibroso, vestía con ropas sencillas pero elegantes, y mantenía un porte de serenidad.
Durante los minutos que duró mi escrutinio, él no articuló palabra alguna. Al percatarme de que lo miraba fijamente, me sonrojé y bajé la vista avergonzada.
-Uhmm... ¿Qué te parezco?- parecía que se reía-Oh... estupendo, por fin un poco de color, pensaba que te vería pálida para siempre-dijo con una pícara sonrisa-.
A mi pesar sonreí. Abrí la boca para empezar a formular todas las preguntas que tenía, pero antes de que pudiera hablar posó sus dedos sobre mis labios.
-Shhh... Ahora no, ya tendremos tiempo para eso después.
Ahora tienes que relajarte, ven conmigo- me tendió su mano-.
Confusa, pero dispuesta a divertirme, me aferré a su mano, dejando que me guiara.
-¿Qué ropa me has puesto?-pregunté al mirarme-.
Mi cuerpo estaba cubierto por un sencillo camisón blanco que me llegaba por encima de las rodillas.
Para mi gusto llevaba demasiada poca ropa.
Su sonrisa al apreciar mi pudor le ocupó toda la cara.
-Anda, vamos.
Descalza caminé detrás de él, todavía agarrada a su mano. Antes de salir de la habitación, eché una última mirada al cuadro.
Al salir, la luz procedente de unos fluorescentes, situados en el techo, me cegó por unos segundos; antes de que tuviera tiempo de enfocar la vista, sus manos me taparon los ojos.
-No veo nada- protesté con vehemencia-.
-De eso se trata. Es una sorpresa- me susurró en el oído-.
-¿Qué es?- pregunté con curiosidad-.
-Ya lo verás.
Caminamos durante unos minutos que se me hicieron eternos, deseosa de saber lo que me había preparado.
Cuando llegamos, abrió la puerta, y mis ojos se dilataron de la sorpresa y de la emoción al descubrir por fin lo que se escondía en esa habitación...
Una parte de mí se negaba a creer aquello, según todas las reglas debería estar muerta, pero mi corazón constataba la evidencia de que no era así.
Seguía viva, pero, ¿cómo?
No recordaba más allá del momento en el que perdí el conocimiento. Miré a mi alrededor intentando encontrar así las respuestas que buscaba.
Era una habitación pequeña, austera y sin mobiliario, sin mas adorno que un cuadro que reflejaba a un chico de pelo rizado y pelirrojo.
Con curiosidad, me levanté para observar más de cerca esa imagen. La pintura era de una belleza esquisita, reflejando en cada detalle la apariencia de ese chico.
En el momento en el que mis dedos rozaban el marco del cuadro, la puerta se abrió.
Asustada retrocedí hasta la cama, escondiéndome entre las sábanas.
-No te asustes- la voz sonaba tranquilizadora-.
Permanecí en silencio. Escuché el sonido de sus pasos acercándose a la cama pero no me moví. Inconscientemente mi cuerpo empezó a temblar descontroladamente.
Sus manos apartaban con firmeza las sábanas que me cubrían, dejando al descubierto mi cuerpo acurrucado.
No veía nada porque mantenía mis ojos firmemente cerrados, solo sentía el tacto de sus dedos acariciando suavemente mis mejillas.
Me dejé llevar por las sensaciones que ese roce me transmitía. Poco a poco fui perdiendo el pánico que me atenazaba anteriormente, y abrí los ojos con cuidado.
Ante mí se encontraba el chico con los ojos más impactantes que había visto nunca. Eran de color verde con motas de color dorado alrededor de la pupila.
Por lo demás, era rubio, rubísimo, con el pelo corto y una bonita sonrisa.
Llevaba un pendiente en la oreja izquierda y un tatuaje en el cuello. Alto, delgado y fibroso, vestía con ropas sencillas pero elegantes, y mantenía un porte de serenidad.
Durante los minutos que duró mi escrutinio, él no articuló palabra alguna. Al percatarme de que lo miraba fijamente, me sonrojé y bajé la vista avergonzada.
-Uhmm... ¿Qué te parezco?- parecía que se reía-Oh... estupendo, por fin un poco de color, pensaba que te vería pálida para siempre-dijo con una pícara sonrisa-.
A mi pesar sonreí. Abrí la boca para empezar a formular todas las preguntas que tenía, pero antes de que pudiera hablar posó sus dedos sobre mis labios.
-Shhh... Ahora no, ya tendremos tiempo para eso después.
Ahora tienes que relajarte, ven conmigo- me tendió su mano-.
Confusa, pero dispuesta a divertirme, me aferré a su mano, dejando que me guiara.
-¿Qué ropa me has puesto?-pregunté al mirarme-.
Mi cuerpo estaba cubierto por un sencillo camisón blanco que me llegaba por encima de las rodillas.
Para mi gusto llevaba demasiada poca ropa.
Su sonrisa al apreciar mi pudor le ocupó toda la cara.
-Anda, vamos.
Descalza caminé detrás de él, todavía agarrada a su mano. Antes de salir de la habitación, eché una última mirada al cuadro.
Al salir, la luz procedente de unos fluorescentes, situados en el techo, me cegó por unos segundos; antes de que tuviera tiempo de enfocar la vista, sus manos me taparon los ojos.
-No veo nada- protesté con vehemencia-.
-De eso se trata. Es una sorpresa- me susurró en el oído-.
-¿Qué es?- pregunté con curiosidad-.
-Ya lo verás.
Caminamos durante unos minutos que se me hicieron eternos, deseosa de saber lo que me había preparado.
Cuando llegamos, abrió la puerta, y mis ojos se dilataron de la sorpresa y de la emoción al descubrir por fin lo que se escondía en esa habitación...